
Autor: Matilde Capurro y María Cecilia Severi
Año: 2008
El material que aquí se presenta es fruto de un trabajo diario en contacto directo con mujeres y sus familias. Pretende ser una guía metodológica de apoyo a las organizaciones y equipos técnicos que trabajan en las comunidades y una herramienta para poder abordar mejor la temática de proyectos de vida con enfoque de género.
Como se podrá apreciar, este material también quisiera ayudar a la toma de conciencia, a una aprehensión racional de sus propios intereses, aptitudes, actitudes, habilidades y entorno, un instrumento al servicio del conocimiento y del cambio, de la transformación, que contribuya a darle un nuevo significado a prácticas cotidianas.
Con esto se quiere modestamente aportar algo muy práctico y concreto a esa tarea gigantesca que es la transformación de las relaciones de género y la mejora de la condición de las mujeres.
La promoción de la igualdad entre los géneros y la autonomía de la mujer es uno de los ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio. Si bien se han dado importantes avances en Uruguay, persisten situaciones de abordaje complejo, como lo son las inequidades de género y cómo éstas interactúan con otras desigualdades como las intergeneracionales, de las que sobran ejemplos. Es así que resulta ocho veces más probable que un niño o una niña sea pobre en Uruguay a que lo sea un adulto.
En cuanto a las inequidades de género, si bien la integración femenina al mercado de trabajo ha crecido en las últimas décadas, las mujeres siguen enfrentando serios obstáculos para su integración completa y en igualdad de condiciones en la actividad laboral. Esta discriminación que sufre la mujer en el mercado de trabajo se refleja en la Encuesta Nacional de Hogares Ampliada (ENHA, 2006) que evidencia mayores tasas de desempleo para las mujeres, brechas salariales de género y escasa participación de las mujeres en puestos directivos o de toma de decisiones. En el Parlamento, tan solo 11% de todos los parlamentarios son mujeres.
En la esfera de la educación universitaria, según el informe país de la Convención contra todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW, 2007), la matrícula femenina es casi el doble que la masculina, pero su inserción posterior en el mercado de trabajo sigue deficiente. Por otro lado, las mujeres colman las carreras «tradicionalmente femeninas» como Trabajo Social y Salud, mientras los hombres siguen siendo mayoría en las carreras como Ingeniería, Empresariales y Económicas.
La desigualdad de género se arraiga en la cultura y en la manera como hombres y mujeres perciben su papel en la sociedad. La división sexual del trabajo particularmente en el seno de la familia delega el rol reproductivo a las mujeres sobre las cuales recae las tareas del cuidado, lo que la lleva, en la mayoría de los casos y fundamentalmente en los sectores de mayor vulnerabilidad social, a postergar su propio desarrollo personal.
Las capacidades que tienen las sociedades y por ende cada persona, de llevar adelante sus proyectos de vida o una vida con proyectos, es una de las condiciones necesarias para brindar bienestar y protección, para un mayor y mejor desarrollo humano. Asimismo, las sociedades que protegen a sus habitantes deben ser capaces de garantizar equidad desde la propia gestación de la vida y promover el desarrollo de los proyectos personales de la población adulta.
El brindar bienestar, en especial a los/las más pequeños/as, implica la toma de decisiones de orden estructural, así como una adecuada articulación entre las políticas públicas, los roles familiares, la inserción laboral y en la comunidad, pero tiene además un aspecto, que tal vez sea más intangible, que es el de la capacidad que tienen las personas adultas de poder llevar a cabo una vida con proyectos.
El proyectar es una de las condiciones y capacidades que poseemos los humanos, es la posibilidad de soñar, de desear y por tanto de sentir que podemos cambiar nuestra propia realidad. En definitiva, como se podrá apreciar en esta publicación, es un motor para la acción. Tener una infancia feliz contribuye a que haya adultos felices, independientemente de su género. La capacidad y posibilidad de proyectar no puede quedar truncada por ser mujer. Más allá de la discusión de si la igualdad de género es un medio o un fin para el desarrollo humano, lo que resulta obvio es que es un derecho humano y concretarlo en todos los aspectos de la vida en sociedad debe ser una prioridad.

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